JB. En cierta ocasión afirmaste que «la poesía es un arma cargada de futuro». ¿Crees que esta voluntad de intervención en la marcha de la historia se ha manifestado en todos tus poemas? ¿Cómo juzgas los resultados obtenidos? ¿Cuáles han sido las principales dificultades que han impedido una exacta correlación entre la teoría formulada en la frase citada y su aplicación práctica?
GC. La poesía apunta al futuro. Indudable. La poesía cuenta con mil posibilidades de influir, si no directamente en las masas, en las clases, y a través de éstas, de un modo muy eficaz, en la marcha del país. Es, por tanto, un arma. Y lo ha sido en estos últimos lustros, mucho más de lo que algunos han advertido. Ahora bien, debe comprenderse esto en toda su profundidad: Un poeta puede cantar un amor, un paisaje o cualquier otra cosa que le emocione. Si lo hace con una conciencia social y revolucionaria, aunque no hable para nada de ello, ni lance tontos «slogans», ni busque aún más grotescas alegorías, habrá en todos esos cantos algo en que de un modo u otro estará latente toda la lucha y la transformación buscada. En este sentido, es muy curioso advertir cómo por una parte se ha reprochado a los poetas sociales de la primera ola su dedicación a temas preferentemente políticos (cosa evidentemente falsa), y cómo por otra parte, cuando se han tocado otros tenías, se les ha acusado de inconsecuencia. Parece ignorarse, aunque es increíble, que lo social de la poesía no está en los asuntos de que habla, sino en una concepción del mundo que, si es honda y auténtica, debe traslucir en cualquier cosa que diga, y desde luego con rechazo de todo didactismo, programa o consigna.
(De una entrevista de José Batlló a Gabriel Celaya, 1968)
GC. La poesía apunta al futuro. Indudable. La poesía cuenta con mil posibilidades de influir, si no directamente en las masas, en las clases, y a través de éstas, de un modo muy eficaz, en la marcha del país. Es, por tanto, un arma. Y lo ha sido en estos últimos lustros, mucho más de lo que algunos han advertido. Ahora bien, debe comprenderse esto en toda su profundidad: Un poeta puede cantar un amor, un paisaje o cualquier otra cosa que le emocione. Si lo hace con una conciencia social y revolucionaria, aunque no hable para nada de ello, ni lance tontos «slogans», ni busque aún más grotescas alegorías, habrá en todos esos cantos algo en que de un modo u otro estará latente toda la lucha y la transformación buscada. En este sentido, es muy curioso advertir cómo por una parte se ha reprochado a los poetas sociales de la primera ola su dedicación a temas preferentemente políticos (cosa evidentemente falsa), y cómo por otra parte, cuando se han tocado otros tenías, se les ha acusado de inconsecuencia. Parece ignorarse, aunque es increíble, que lo social de la poesía no está en los asuntos de que habla, sino en una concepción del mundo que, si es honda y auténtica, debe traslucir en cualquier cosa que diga, y desde luego con rechazo de todo didactismo, programa o consigna.
(De una entrevista de José Batlló a Gabriel Celaya, 1968)
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